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lunes, 5 de noviembre de 2012

Cap 09 - Resarcimiento

Creative Commons License Doce Elementos de Ariel Mestralet tiene licencia Creative Commons Atribución-No Comercial-Sin Obras Derivadas 2.5 Argentina License.

Ambos hombres, el viejo y el joven caminaban despreocupadamente mientras comentaban los recientes sucesos. A su alrededor las noticias sobre duendes malignos, posesiones  y las precauciones que debían tomarse al respecto se esparcían a un ritmo impresionante igual que el fuego en un pastizal seco una tarde de verano.
—Por más que lo intento no puedo entender los planes de Arkilo.
—Haces mal en juzgarlo hijo mío. Puedo asegurarte que es un jefe digno y hombre de mucha sabiduría. Estoy más que seguro que ha debido tener muy buenas razones para proceder como lo ha hecho.
—Si tú lo dices maestro he de confiar en tu palabra puesto que jamás sueles hablar por hablar.
Melvin sonrió.
—¡A menos que la cerveza o el hidromiel lo hagan por mi! —y al decirlo una sonora carcajada llenó su boca.
Aldair también rió por la ocurrencia.
—Por lo visto nadie está exento del peligro padre.
Ambos rieron mientras la gente los miraba divertida.
—De todos modos lo que Arkilo pretendió, está totalmente fuera de lo aconsejable. Lo que hizo, por la razón que fuere, está más allá de nuestras costumbres sociales y no podía terminar bien de ninguna manera. Imagina al río, hijo mío. Imagina que intentamos desviar su curso a fuerza de cavar zanjones y taponear el cauce natural con maderos.
—Pero eso se hace…
—Si, efectivamente se hace, pero no es natural y a la primera oportunidad la naturaleza te lo echará en cara mediante inundaciones u otros desastres que las gentes achacarán inmediatamente a la desgracia o a caprichos de los dioses. Cuando el único culpable es el hombre mismo con su accionar irresponsable y antinatural.
—Comprendo. La analogía aquí es la sexualidad entonces.
—Los instintos todos, hijo mío. En una cultura como la nuestra donde la mujer goza de igualdad plena frente al hombre y este frente a la mujer; donde alabamos a los dioses y a la vida misma a través del gozo del cuerpo y por ende del espíritu que lo habita dando rienda suelta a nuestros naturales instintos, el intentar cortarlos o frenarlos traerá siempre consecuencias no pensadas.
—¿Cómo pudo suponer entonces que una alianza a través de la unión de su hija con el hijo de Godrick podría haber tenido éxito?
—Y sin embargo no es una idea tan rara.
—¿A qué te refieres?
—Existieron en el pasado, existen hoy día y sin lugar a dudas existirán en el futuro culturas basadas en estos mismos principios. El sacrificio de ciertos individuos en pos de un «supuesto» bien mayor.
—¡Pero nuevamente, eso es antinatural!
—Ni lo dudes. Pero recuerda que al pensar, al ser consciente del mundo que lo rodea y poder modelarlo a su gusto el hombre mismo ha dejado ya de ser un ser natural para convertirse en algo más. Los animales, todos ellos no cambian lo que la naturaleza les ha brindado y los que sí, lo hacen tan solo por instinto y no son conscientes de la acción ni de las consecuencias. Por lo tanto no debemos sorprendernos del comportamiento antinatural del hombre.
—Tal vez tengas razón padre. Pero eso no excusa la acción de Arkilo.
—Nuevamente, discípulo mío, no podemos juzgar su comportamiento que a nuestros ojos se entiende como incorrecto pues no conocemos todos los hechos que lo han impulsado a actuar de dicha forma. Incluso te diré algo más: conociéndolo como lo conozco, no dudo que perseguía un fin justo.
—Todo esto me confunde y me aterra, padre. ¿Qué futuro le espera al hombre actuando como lo hace?
Melvin sonrió amablemente y poniéndole una mano en el hombro lo animó:
—Ya estás entendiendo el por qué de la ocultación de los antiguos elementos hijo mío. Si no podemos manejar unos simples sentimientos. ¿Cómo podríamos pretender manejar con responsabilidad un poder mayor?
El muchacho detuvo la marcha y lo miró a los ojos.
—Por cierto…
—Todo a su tiempo hijo mío. Todo a su tiempo.
El anciano lo tomaba ahora por ambos hombros en un gesto de contención pues adivinada perfectamente la frustración que embargaba a su discípulo.
—Como tú digas padre. —Suspiró amargamente—. Pero me gustaría entender tantas cosas.
—No lo dudo; pero ya llegará el momento.
Luego de unos instantes ambos se pusieron en marcha rumbo a la casa de Ultinos.

Al llegar encontraron la puerta abierta y una extraña energía les previno que algo no estaba bien. Entraron cautelosamente, la casa estaba a oscuras pues el fogón no había sido aun encendido y nadie había tomado la precaución de prender velas. De pronto un sonido les llamó la atención hacia un pequeño mueble consistente en un cubo hueco de madera con una tapa superior articulada por un par de bisagras de hierro forjado y una traba también del mismo material. Un grito ahogado y algunos golpes provenían del interior. Sin pérdida de tiempo Aldair abrió la pesada tapa y cuál no sería su sorpresa al encontrar dentro a un maniatado y amordazado Ultinos.

—Los muy taimados se aprovecharon de que todos en la aldea tenían su atención puesta en la casa de Arkilo. —Dijo una vez desatado y fuera de la caja de madera.
—¿Pero quién pudo atreverse a tanto?
—Aldair, hay tanto que debes aprender aún. ¿Piensas que por ser druidas nadie se atrevería a ponernos una mano encima?
—Nadie en su sano juicio al menos. Representamos la máxima autoridad. Podemos disponer incluso de la vida de quien se atreva, sin tener que dar explicaciones y nadie en su sano juicio se atrevería a cuestionarnos.
—Tú lo has dicho —exclamó Ultinos. Nadie en su sano juicio, pero recuerda que el poder nubla el juicio de los necios.
—¿Dices que quien te atacó contaba con algún tipo de inmunidad?
—No necesaria mente inmunidad, joven discípulo de mi amigo, pero si alguien cebado de poder y soberbia.
—Quien podría…
— Pentilo, sin dudas. —Sentenció Melvin.
Aldair se quedó helado.

—Al rato que ustedes dos se marcharan a casa de Arkilo y habiéndome quedado a cuidar de mi muchacho, estaba yo perdido en mis pensamientos sobre el derrotero que su vida ha debido seguir cuando nuevamente escuché golpes en la puerta y vociferaciones. Salí enseguida a poner en su lugar a los revoltosos y cual no fue mi sorpresa al ver que se me enfrentaron. Armados, me exigieron que les entregara a mi sobrino. Les hablé primero con el respaldo que me brinda mi oficio pero al ver que  esto ya no los amedrentaba les exigí por el peso de la sagrada ley que se retiraran de mi morada.
—¿Y qué ocurrió entonces? 
—¿Qué crees que ocurrió? Nada les importó. Pentilo, como bien dices viejo maestro, dio órdenes de que se me apresara y sin pérdida de tiempo dos de sus secuaces se pusieron a la tarea. Me apresaron, ataron y luego de reírse de mi desgracia, ante una nueva orden del desalmado me metieron dentro de la caja de la que ustedes me acaban de sacar.
—Entonces no pudiste ver que hicieron con Alain…
—¡Se lo llevaron! Pude escucharlos como conversaban sobre el tema con total soltura. Evidentemente no cuentan con que nadie pueda detenerlos.
Ultinos, se frotó la espalda a la altura de la cintura. Evidentemente la mala postura durante su encierro le estaba reclamando. Sin poder soportarlo sentó con gesto adolorido. De pronto su rostro se puso serio fruto de la preocupación.
—¿Oíste qué es lo que piensan a hacer con él? Esto tiene toda la apariencia de una venganza.
—Ni que lo digas Aldair. Los muy atrevidos se jactaban de lo sencillo que les estaba resultando todo y de cómo pensaban llevárselo a la aldea de Godrick para ajustar las cuentas. Quieren someterlo a las leyes impartidas por su jefe druida. Lo conozco. Es un taimado despiadado y llena de rencores; personalmente no siento ningún tipo de cariño hacia él y me consta que el sentimiento es mutuo. Mucho me temo que… —una pausa abrupta dejó la idea en el aire—. No auguro un buen final al pobre Alain.
Estos pensamientos turbaban notoriamente al druida a quien le costó terminar la última frase. Aldair pudo ver por unos instantes que los ojos se le humedecieron pero al darse cuenta de que estaba siendo observado atentamente recuperó la compostura. Con una energía inesperada se puso de pié en un solo movimiento. 
—Debo hablar con Arkilo. Debemos hacer algo al respecto. —Dijo y salió al exterior con ánimo decidido. Los otros dos no lo dudaron y salieron tras él.

El rostro del jefe celta tenía todos los signos de no dar crédito a lo que se le acababa de contar. Parado con su sitial a su espalda se quedó de una pieza. De pronto se sintió abatido, cansado. Cargando con todo el peso sobre sus hombros dio un paso hacia atrás. Tomó con su mano derecha el apoyabrazos del asiento de jefe y se detuvo pensativo. «¿Cuántas sorpresas más me depara aun este día?» dijo para sí. Luego se sentó con la mirada perdida; apoyó el mentón sobre su puño cerrado y durante unos momentos no dijo nada más. 
—Todo fue en vano entonces. Ahora lo sé…
Luego miró a Melvin durante unos segundos y a los demás presentes después.
—No puedo creer lo que estuve a punto de hacer y ahora tengo la certeza de que hubiera sido en vano. —Abrió la mano y escondió la cara dentro de su gran palma.
—Tenías razón Ultinos. Debí escucharte. Pero supuse que de esa manera evitaría una incursión armada de Godrick y su gente a nuestras tierras.
Dando un paso al frente a la vez que flexionaba los brazos a la altura de las caderas con las palmas de las manos hacia arriba Ultinos intentó tranquilizarlo.
—Ahora debemos concentrarnos en salvar a Alain oh jefe nuestro. Mi muchacho te ha servido bien. No podemos abandonarlo.
—Tienes razón mi buen amigo. —De pronto Arkilo pareció recobrar sus fuerzas y dando un golpe de puño sobre el apoya brazo dio la orden—. Llamad a los mejores guerreros. No, mejor llamad a todos los guerreros. Vamos a enseñarles a esos que no deben meterse con nuestra gente. Si me han considerado débil por intentar evitar el derramamiento de sangre ya verán el error en que han incursionado.
Aldair comenzó a hablar en cuanto Arkilo dejó de hacerlo para respirar.
—Si me permites gran jefe, creo que hay algo mejor que eso y que va más de la mano con tu ideal de no derrochar vidas en una contienda sin sentido.
—¿Ah sí? —Exclamó el otro sorprendido.
Aldair miró a su mentor y este asintió con la cabeza. Aunque fue más una cortesía que un verdadero pedido de permiso. Se acercó algunos pasos hacia el jefe celta y continuó hablando decidido.
—Permite que vaya yo solo a rescatar a tu guerrero.
—¡Pero eso es una locura! —Dijo con gesto de sorpresa—. Creí que tenías un verdadero plan que ofrecerme.
—Permítele al muchacho explayarse amigo mío. Hasta ahora no nos ha defraudado. ¿Verdad?
—No, eso es cierto. —y cambiando el tono de vos— por favor continua Aldair, por lo visto tu Maestro tiene una fe muy fuerte puesta en ti.
—Por lo que acabas de contar, tu iniciativa de casar a tu única hija con el heredero de Godrick obedeció al simple hecho de evitar el derramamiento inútil de sangre y lograr una paz verdadera entre ambas tribus. Si envías ahora a tus guerreros sería como si nunca hubieras decidido arriesgar nada puesto que es lo que ellos están buscando.
—¿Cómo dices?
—Con todo respeto Gran Jefe… ¿Es que no es obvio?
Aldair hizo adrede una pausa que utilizó para mirar a todos, a la vez que creaba expectativa.
—¿No ves acaso que al no poder conseguir tus tierras y tu gente por las buenas lo van a hacer por las malas argumentando que tú los atacaste a ellos primero? 
Arquilo, que se había puesto de pié volvió a sentarse. Sabía que el muchacho estaba en lo cierto aunque el mismo no había querido verlo.
—Ellos van a argumentar que secuestraron a Alain como resarcimiento por lo que este hizo con su futura esposa y si bien la actividad sexual prematrimonial no está censurada como en otras culturas, este es un detalle que cualquier consejo zonal pasaría por alto. Godrick enarbolaría la bandera de la deshonra de su hijo a lo que sumaría una declaración de guerra de tu parte. En caso de que sobrevivieras a la batalla, ningún consejo de hombres sabios te respaldaría en esto. No solo perderías tu reino sino que condenarías a tu gente a ser víctima de una venganza absurda.
Arkilo lo miraba seriamente, sopesando cada una de las palabras.
—Tienes razón —articuló por fin.
—Por eso te pido que me dejes ir solo tras los raptores. Permíteme utilizar mi título y mis conocimientos para traértelo de nuevo evitando una masacre.
—Es muy sensato todo lo que argumentas Aldair —era Ultinos quién habló esta vez— pero recuerda que no parecen respetar mucho al poder que representamos nosotros los druidas.
—No hablaba del temor a los dioses mi estimado Ultinos; sino del temor al hierro afilado.


—Creí haberte escuchado decir que los druidas no montaban nunca. —Gritó Enda desde su caballo a su amigo que iba a la par. El viento golpeaba en su rostro y prácticamente le hacía tragar sus propias palabras.
«Casi nunca» fueron mis palabras exactas estimado amigo, «casi nunca»—. Le gritó a su vez con una sonrisa en el rostro.
Ambos caballos y sus jinetes iban a la carrera a todo galope por el prado. Los otros les llevaban una considerable ventaja y debían acortarla lo más que pudieran si querían encontrar vivo al pobre Alain. Las huellas en aquella sección del campo eran frescas y bien marcadas por lo que no habían tenido problemas en seguirlas incluso a tal velocidad. Pero de pronto Aldair tiró de las riendas y su animal se detuvo en el acto. Su compañero no tardó en hacer lo mismo.
—¿Qué ocurre?
Aldair se apeó del caballo y se acuclilló. Con la mano derecha acarició la verde hierba que se notaba aplastada. Con toda naturalidad se llevó los dedos a la nariz y olfateó las puntas de los mismos. Enda lo miraba expectante. Enseguida el de abajo se puso de pié y elevando una mano sentenció mientras lo miraba serio:
—Sangre.  

OOOOO

Se sentía mareado. Todo a su alrededor parecía sacudirse y dar vueltas. Tenía la boca reseca y le dolía terriblemente la cabeza. Como buen integrante de su clan era un gran bebedor y sin embargo ni la peor de las borracheras le había dejado semejante resaca. Por un breve momento quiso morirse.
Entonces percibió los gritos, el olor del animal, el zarandeo y  el sonido del retumbar de la tierra bajo las fuertes patas. El galope. Fue ahí que la realidad lo golpeó duramente en el rostro. Levantó la cabeza y fue consciente de que estaba acostado boca abajo sobre el lomo de un caballo que se dirigía toda carrera hacia quien sabía dónde. Y lo peor de todo, estaba atado.  Una soga no muy larga unía sus muñecas a sus tobillos y lo mantenía así firmemente sujeto en aquella incómoda posición. La misma que se utilizaba para trasladar un cadáver desde los campos de batalla hasta su hogar. Con el mayor disimulo que pudo atisbó alrededor y pudo ver a los culpables de tan incómoda situación. Su caballo era el último de una cuadrilla de seis. Por cómo estaba colocado sobre el lomo del animal podía ver tan solo a tres a la derecha de su caballo. El sonido que provenía de la izquierda le indicaba que había dos animales más de aquel lado. Pese a lo duro que le resultó enfocar la vista pudo ver que reconocía a los tres hombres que tenía en su campo visual. «Pentilo», dijo para sí al esclarecer la situación. Aquello se trataba ni más ni menos que de un ajuste de cuentas. Un resarcimiento por lo que él y Arica habían hecho. 

OOOOO

Aldair retomó los últimos pasos volviendo sobre su marcha. Atrás quedaron su caballo y su compañero quien lo miraba atento. El pasto llegaba hasta sobre las rodillas lo que le permitía seguir con relativa seguridad el rastro dejado por los otros. El rocío de la madrugada hacía que el pastizal se mantuviera blando y que no volviera a su posición normal cuando se lo pisaba. Así, a un experimentado rastreador como Aldair  se le hacía sencillo seguir las huellas. Al ver que no se detenía, su compañero taloneó su caballo, a la pasada recogió las riendas colgantes del otro animal y fue a reunirse con su amigo a paso tranquilo.
Luego de caminar unos cuantos pasos Aldair se detuvo y recorrió el lugar con la mirada. El sonido de los vasos pisando el pasto detrás de él le anunció la llegada de Enda. Su propio caballo resopló al detenerse, agachó la cabeza y comenzó a comer tranquilamente, ajeno a todo. El otro lo imitó.
—Parece que aquí se detuvieron. Mira como todo está pisoteado. ¿Ves la mayor extensión de pasto aplastado?—Luego, señalando con el índice extendido hacia la derecha indicó—: Allí ocurrió algo extraño.
Enda se apeó de su montura y se unió a él. Ambos caminaron el corto trecho hacia donde indicara Aldair.
—Fíjate. Por la forma en que está aplastado el pasto, todo parejo a partir de allí, pareciera como si uno de los caballos hubiera rodado abruptamente. —Luego señaló un poco más a la derecha—. La superficie aplastada es menor; lo que rodó ahí es más pequeño. —Miró a su amigo—. Una persona, claro.
—¿Alain?
—Posiblemente. A partir de este punto  es confuso. Sin embargo…
Aldair se agachó mirando atentamente el pastizal que en aquella postura le daba al pecho. Desde atrás les llegaba el sonido de los caballos pastando, su respiración y algunos bufidos esporádicos. Enseguida se puso de pié y comenzó a andar lentamente.
—Por aquí, una persona corre.
—¿Como sabes que corre y no camina?
—Por el marco de los acontecimientos. ¿Caminarías tú? —Le sonrió mientras el otro ponía cara de tonto—. Además las pisadas son más profundas. Mira aquí —apartó algunas hierbas permitiendo que Enda viera el suelo hundido por una pisada profunda— esto es un signo claro de que alguien corrió hacia aquellos arboles.

OOOOO

Siempre había pensado que Pentilo y su horda de salvajes no eran más que un puñado de ineptos buenos para nada y al ver la forma en que lo habían atado se sintió feliz de no estar equivocado. Sin mucha dificultad logró desatar unos nudos que solo podrían haber retenido a un muerto y cuando estuvo seguro de que al menos los de su lado del caballo no lo estaban mirando, en un solo movimiento se enderezó sobre la bestia hasta quedar sentado. En ese momento pudo ver por primera vez a los que iban del otro lado uno de ellos iba más adelante pero el otro que iba a la par lo vio ponerse derecho y sin pensarlo siquiera se acercó hacia él con evidentes intenciones de corregir la situación. Cuando Alain lo tuvo cerca se tomó de las crines y de un salto se puso de pié sobre el lomo del animal al que usó de plataforma para saltar hacia el otro caballo. Todo ocurrió tan rápido que el otro no tuvo tiempo de reaccionar. En vano intentó sacar la espada de su cinturón cuando toda la masa musculosa que era Alain le golpeó de lleno en el pecho. El resultado de esto fue que al ser el jinete arrancado de su montura tiró con excesiva fuerza de las riendas y esto provocó un dolor tan intenso al animal que la bestia reaccionó frenando en el acto. La inercia hizo que cayera rodando por la hierba a escasa distancia de donde lo hiciera su jinete. En el acto Alain saltó sobre el atontado jinete y en un movimiento excesivamente rápido como para que este pudiera hacer algo. Le tomó la cabeza entre sus brazos y con un rápido pero enérgico movimiento le quebró el cuello. Un amortiguado sonido de huesos que se rompen le indicó que su captor partía rumbo a la morada del gran Dagda, dios de la vida y la muerte.
Al sentir el sonido del caballo que rodaba estrepitosamente el otro que venía a la derecha giró la cabeza y fue instantáneamente consciente de lo que estaba ocurriendo. Sin pensarlo dos veces gritó la voz de alto, lo que hizo que todos los demás refrenaran sus monturas en el acto.
La primera intensión de Alain fue la de tomar el caballo de su captor muerto que acababa de ponerse de pié y parecía no haberse lastimado en la caída pero al ver que los demás daban la vuelta y se dirigían hacia él, decidió cambiar de planes. Sin detenerse a sopesar la situación tomó la espada del caído y corrió rumbo a la arboleda que estaba a su derecha. Si lograba llegar a ella tal vez pudiera salir airoso de aquello.

OOOOO

Enda trataba de hacerse una imagen mental de la situación.
—¿Entonces dices que logró escapar hacia el bosque aquel? Pero ¿y el rastro que veníamos siguiendo y que supera este punto? ¿No se dieron cuenta del escape y siguieron como si nada? ¿Y la sangre que me acabas de mostrar?
—Demasiado trabajo físico debe estar atrofiando tu poder de razonamiento mi querido amigo. —Se mofó Aldair—.
Sin decir más montó sobre su animal y se encaminó siguiendo el rastro que iba hacia la arboleda. Luego de unos metros se detuvo; Enda se le unió rápidamente.
—¿Qué…?
—Como suponía —levantó el brazo y apuntó con el índice en dirección a la izquierda—. Los que marchaban adelante tardaron en percatarse de lo que ocurría a sus espaldas. Eso le dio algo de tiempo a nuestro buen Alain como para correr, pero hasta aquí llegó su suerte pues fue alcanzado. ¿Ves como del gran rastro principal que íbamos siguiendo surge en diagonal este otro, ancho también como el primero y que viene al encuentro de la pequeña huella dejada por nuestro amigo que iba a pie?
Incluso alguien tan poco habituado a rastrear como lo era el herrero pudo distinguirlo con las claras indicaciones del joven druida.
—Mucho me temo que aquí se desarrolló una pelea —dijo luego—. Mira como está todo nuevamente pisoteado de forma irregular.
Dicho esto abandonó de un salto la montura y comenzó a buscar vestigios que confirmaran lo que suponía. Al cabo de unos momentos los encontró y mostro a su compañero. A unos pasos de donde había descendido de su caballo encontró grandes cantidades de sangre seca aunque reciente.    


OOOOO


«No voy a lograrlo» se dijo al ver lo cerca que estaban sus captores y lo lejano del bosque. De todos modos no se rendiría. De pronto se sintió infundido de una extraña fuerza y un coraje desconocidos. Se detuvo de golpe y giró sobre sus talones quedando de frente a la turba montada que se le venía en frente. Desnudo como estaba sintió una energía y un enardecimiento en todo su cuerpo que pronto fue patente en su sexo. Para esto había sido forjado como guerrero durante toda su vida, como antes lo fuera su padre y antes de él su abuelo. No defraudaría a sus ancestros. Si iba a reunirse con ellos sería con la cabeza en alto y una espada en la mano. De pronto, como poseído por los espíritus del mismo bosque al que no pudo llegar comenzó a correr rumbo a sus enemigos.

Pentilo no daba crédito a lo que veía. Ellos eran cuatro, a caballo y bien armados; aquel en cambio estaba solo, desnudo y portando apenas una pequeña espada y aún así corría hacia ellos en tal estado de excitación que atemorizaba.
El encuentro fue confuso. Cuando los caballos y sus jinetes se abalanzaron contra Alain este efectuó un salto con tal potencia que pareció salir volando. Pentilo le arrojó un golpe de espada que solo cortó el aire, otro tanto hizo el que estaba a su izquierda y más atrás que su líder. Alain sin embargo no falló. En pleno salto clavó casi hasta la empuñadura la hoja de su espada en el pecho del tercer jinete que no daba crédito a la sorpresa. A continuación y apoyándose en la empuñadura que estaba ahora firmemente incrustada se impulsó hasta quedar parado sobre el lomo del caballo. Al hacer esto pudo ver el gesto de terror de quien hasta entonces se pensaba victorioso respaldado en el numero. Una vez apoyado sobre el animal retiró con fuerza la espada de su vaina viviente y con un rápido movimiento circular intentó seccionarle la cabeza. El primer corte, aunque profundo solo lo degolló haciendo que saltara abundante sangre en todas direcciones. Tres hachazos más le terminaron de seccionar la cabeza. Casi al mismo tiempo arrancó las riendas de las manos acéfalas y arrojó el cuerpo que cayó al piso agitando histéricamente los brazos. Alain se dejó caer hasta quedar sentado sobre las pieles que servían de montura e hizo que el caballo diera la vuelta quedando enfrentado al último hombre que venía detrás de él. A este le arrojó un golpe con el filo de su arma, con tan mala suerte que no acertó. El otro, con mayor suerte y habilidad lo cortó primero en un brazo y luego en el costado. Aquello desconcertó al muchacho, situación que Pentilo que ya se encontraba a su lado aprovechó para saltarle encima mientras que con una mano le sostenía el antebrazo de la mano en que portaba la espada. Ambos hombres cayeron al piso, forcejearon y rodaron sobre la pastura hasta que los compañeros del líder llegaron en su ayuda sosteniendo primero al prisionero y descargando luego sobre él toda la ira acumulada en el fragor de la lucha. Patadas y golpes de puño cerrado comenzaron a caer entonces sobre el ahora indefenso Alain hasta dejarlo inconsciente.

Una vez recuperados y lo más repuestos que la situación permitía, Pentilo dio la orden de recoger los restos del guerrero decapitado y del que yacía con el cuello roto. Del primero tomaron la cabeza, la metieron en una bolsa de tela y ataron esta al cinturón del muerto al que previamente habían fijado al caballo por medio de sogas. Al segundo lo ataron de la misma manera pero al no poseer rigidez en el cuello, su cabeza comenzó a rebotar jocosamente como un trapo al viento en cuanto tomaron velocidad. Alain fue nuevamente atado al igual que los dos cuerpos pero esta vez Pentilo controló las ligaduras el mismo a fin de evitarse futuros dolores de cabeza.


     OOOOO


Aldair no sabía bien que pensar. Lo que habían encontrado lo despistaba sobremanera. ¿Aún estaría vivo Alain? ¿Qué había pasado exactamente? Luego de no encontrar más pistas en la pradera volvieron a retomar la marcha que los llevaba rumbo a la aldea del Clan Godrick. Tal y como estaban las cosas no sabía que esperar. ¿Serviría de algo su embestidura Druida o todo aquello era en vano? Sospechaba que no tardaría en averiguarlo.

 Los dos jinetes que los interceptaron a distancia prudencial del acceso a la aldea portaban rostros oscos e intimidantes, pero al reconocer las vestimentas y el colgante de druida de Aldair su gesto se transfiguró en temor. El de la derecha miró nerviosamente a su compañero y este le devolvió la misma mirada intranquila. Aldair sabía que sus órdenes eran las de evitar o demorar su llegada al interior. El hecho de encontrar a un servidor de los Dioses evidentemente no estaba entre sus planes y antes que dijeran nada Aldair habló.
—Dile a tu rey que Aldair, discípulo del Melvin de «Las tierras Oscuras» desea verle de inmediato.
Uno de los caballos de los guardianes se movió nervioso en círculos, su jinete lo corrigió tirando de las riendas a derecha y a izquierda simultáneamente hasta que por fin el animal cedió emitiendo un bufido y por fin quedó quieto.
—¿Por qué motivo deseas verlo, Gran Aldair? —El tono era evidentemente forzado, carente de simpatía pero no exento de temor.  
—¿No crees que eso es solo tema entre tu rey y yo? —Cortó tajante el Druida—. ¿Desde cuando los asuntos de los dioses deben justificarse ante un mero guardián?
El rostro del otro se encendió; en parte por la vergüenza que conllevaba la respuesta desautorizante de alguien tan poderoso y en parte por el enojo e impotencia que le generaba el no poder clavarle su espada al recién llegado por el mismo motivo. Volvió la mirada en su compañero que se había mantenido en el más saludable de los silencios, luego giró su caballo hacia la aldea y con un ademan brusco les indicó a los visitantes que lo siguieran.

Godrick era un hombre alto y tosco. Llevaba el cabello largo atado en una gruesa trenza que caía por su ancha espalda un poco por debajo de los omóplatos. Un gran bigote a la usanza celta le cubría la parte de arriba de la boca. Brig, su Druida en contraste era un hombre pequeño, escuálido y de mirada inquisidora. Aldair hubiese reído ante un hombre que se hacía llamar “La Fuerza”, pues eso significaba su nombre, si no supiera por dichos de su maestro que la fuerza de la que se jactaba aquel no era física sino espiritual. Y esto era lo realmente grave. «Una fuerza que», pensó el muchacho, «hacía doblegarse a los hombres a hacer su mezquina voluntad». En definitiva una fuerza mal canalizada. Eso mismo era la razón por la cual no gozaba del aprecio de nadie dentro de los límites de la escuela que administrara Melvin ni de nadie que respetara la doctrina que allí se impartía. Al joven druida le recordó a una sanguijuela al verlo parado detrás de Godrick hablándole al oído. Envenenando las ideas que aquel pudiera albergar en su mente.
—Lo que me pides no es posible Aldair, hijo espiritual del sabio Melvin. El accionar de Alain ha provocado una grieta en los tratados de paz que hemos entablado con mi buen amigo Arkilo. —Aquellas palabras no podían estar más cargadas de demagogia.
—¿Qué tratados son esos sabio Godrick, que atentan contra las costumbres más elementales de nuestra raza? Si es de la infidelidad de lo que estamos hablando, tu bien sabes que no es condenable de ninguna manera, puesto que aun no existe vinculo alguno entre Arica y tu hijo.
El rostro duro del jefe guerrero se contrajo en un gesto de desagrado. «Aquel joven le iba a traer problemas», pensó.
—No me subestimes Aldair. Puedes ser un Druida pero aun no has alcanzado la edad de la sabiduría de los hombres. No es la «infidelidad» como tú le llamas. Sino el hecho de que este hombre, este criminal ha atentado contra la vida de quien hubiera hecho feliz a mi hijo…
—¿Y te aseguraría una considerable extensión de tierras, verdad?
El guerrero contrajo la boca y los puños. Dio un paso al frente en actitud amenazadora pero fue detenido por la fuerza de las palabras de Brig, quien acariciaba el oído del otro como un amante lo haría con quien le inspirara deseos sensuales. Aldair continuó provocador.
—Entiendo que hablas en forma de tiempo pasado. ¿Tan endeble es la felicidad que buscas para tu hijo que el mero hecho de haber compartido los encantos de la chica…?
—Será ajusticiado como corresponde según las leyes. Leyes que seguramente tú conoces Aldair.
—Tu consejero sabe que he sido preparado por el mejor maestro que pueda existir actualmente y por eso puedo decirte   que te enfrentas a tremendas consecuencias. Has raptado a un guerrero de confianza del jefe de otro clan y ahora pretendes impartir las leyes locales de tu propia aldea. Nada bueno puede salir de todo esto.
El monarca lo miró en silencio durante algunos instantes. Sopesándolo, intuyendo el poder de quien tenía en frente.
—Por cómo se dieron las cosas —continuó Aldair—, el único camino que puedes seguir, al menos en esta isla donde las cosas están más organizadas, es el de darles tanto al ofendido como al ofensor la posibilidad de medirse mutuamente. Dejar que los dioses nos hablen a través de las armas y expresen su voluntad.
Luego de los últimos conocimientos adquiridos aquellas palabras le sonaron falsas y faltas de carácter. Afortunadamente nadie sabía lo que él. Para reforzar lo que acababa de expresar Aldair recorrió uno a uno a los presentes con su fuerte mirada deteniéndose y enfrentándola con la de Pentilo quien se la sostuvo con soberbia.
—¡Por mí está más que bien! —Sentenció al fin el monarca dando un paso al frente mientras que con un enérgico tirón de su brazo quitaba las manos de Brig de su persona.
—Que así sea entonces—. Contestó Aldair. —A menos que alguno de los presentes sostenga que no deberíamos proceder de esta manera.
Godrick miró a su consejero como pidiendo apoyo. Aldair notó este momento de duda y viendo que Brig iba a protestar, agregó:
—A menos que consideres que tu hijo no está a las alturas de las circunstancias, claro.
—Eso jamás —interrumpió el mencionado—. Me basto más que bien para enseñarle a este mequetrefe los límites que jamás debió haber cruzado.
   Godrick frunció el entrecejo. Por impulsivo su hijo había sellado el duelo y él no podía ahora deshacerlo sin mancillar para siempre la hombría y valor de su hijo.
—Que así sea entonces. —Dijo de mala gana.
—Ahora que hemos llegado a un acuerdo quisiera ver al prisionero—solicitó el joven druida.

—Como pueden notar este hombre no está en condiciones de sostener una espada y mucho menos de defender su vida en un combate. Por lo tanto invoco ante el gran Dagda el derecho de representarlo durante la contienda.
—Eso es imposible —protestó Brig.
—¿Lo es? ¿Acaso un no ordenado que huyó de la aldea donde se le estaba preparando en los más sagrados secretos del universo se atreve a desafiar los poderes del hijo espiritual de quien es grande entre grandes y sabio entre sabios? —Luego mirando al jefe celta le comunicó—: ten mucho cuidado al elegir quien te asesora. No todo aquel que porta el título de sabio lo es en realidad.
»Cualquiera sea el caso, un condenado que no pueda defenderse por sí mismo tiene el derecho otorgado por las antiguas costumbres a ser representado por alguien de su confianza. Ya que somos —señaló primero a Enda y luego a sí mismo— las únicas dos personas verdaderamente preocupadas  por la salud de Alain, digo que calificamos para el puesto.
—¿Pero tú, un druida? —Insistió Pentilo—. ¿Qué sabes de la lucha?
—En breve lo averiguaremos.

El lugar escogido, un claro entre los arboles del bosque detrás de la aldea, era amplio y cómodo para maniobrar con soltura. A un costado dos de los interesados, el padre y el hijo aguardaban a que diera comienzo el acontecimiento. Se los veía muy tranquilos. Casi como dando por sentado que la victoria sería suya mientras aguardaban a que se diera la orden de comenzar. Entonces el hijo se percató de que no veía por ningún lado a su desafiante. Así se lo comunicó al padre quien empezó a buscar con rápidos movimientos de cabeza entre la multitud. El resto de la gente que había acudido ya sea por curiosidad o por respeto al jefe celta, se encontraban de pié algunos y encaramados a los arboles los demás con el fin de no perder detalle del espectáculo.

—Por el poder de los dioses a quienes en este momento invocamos como única fuente de justicia —era Brig quien con voz potente hablaba a la multitud desde el centro del claro— para que estos dos hombres tengan un duelo justo y que de él surja un solo vencedor iluminado por la luz de la verdad. Como lo marca la antigua costumbre venida desde los remotos tiempos de nuestros ancestros y guiados por su misma mano el vencedor será exonerado y el perdedor será hallado culpable. ¿Que así sea!
—¡Qué así sea! —gritaron todos a coro.
Dicho esto el viejo druida se alejó a paso lento hacia el grupo en que se hallaba el jefe Godrick junto a su hijo. Este, completamente desnudo y portando una espada corta y un escudo circular de madera maciza se encaminó hacia el centro del claro. Dio uno pocos pasos y se detuvo en espera de su oponente que seguía sin aparecer.
—¡Jaaaaaauuuuu! —Gritó exhalando todo el aire de sus pulmones.
»¿Es que acaso se acobardó tan pronto nuestro joven visitante? ¿Comprendió acaso que este no es lugar para argucias infantiles?
Luego se giró en derredor buscando a quien lo estaba haciendo impacientar y poner de mal humor. Pero Aldair no aparecía por ningún lado. Entonces miró a Brig y este le respondió con un gesto que consistió en levantar levemente los hombros y acortar el cuello mientras apretaba la boca en un gesto que hacía salir el labio inferior un poco hacia afuera.
—¿¡Es que el cobarde nos ha dejado entonces!? —gritó con toda la fuerza que sus pulmones fueron capaces de imprimirle.
Silencio.
—¿Acaso te estás impacientando gran y duro Pentilo?
El guerrero giró la cabeza hacia el lugar desde donde provino aquel grito insolente esperando encontrar a Aldair; en su lugar vio la estampa de Enda quien apoyado contra una gruesa vara de madera tenía las piernas cruzadas y lo miraba con gesto jactancioso.
—Creo que mi amigo tenía algo importante que hacer antes de pelear contigo. Un asunto con tu hermana si mal no he entendido. Aunque bien pudo haber sido con tu madre. Verás, mi memoria ya no es lo que solía ser.
El color rojo invadió inmediatamente la cara y pecho del desnudo guerrero. Apretó la empuñadura de su espada y sujetando firmemente su escudo comenzó a caminar hasta donde estaba el herrero.
—Vas a tener que tragarte tus palabras maldito lobo.
—¿Tu y cuantos más de estos seres? —le preguntó riendo a carcajadas mientras trazaba un semicírculo con el brazo que englobaba a muchos de los presentes—. ¿Harás como hiciste con el pobre Alain? Mira mis brazos acostumbrados a golpear el duro metal. ¿Cuántos guerreros crees que harán falta para silenciar mi lengua?
—¡Ahh¡ —gritó Pentilo mientras arrancaba a correr.
—¿Acaso te estás distrayendo de lo importante Hijo de Rey?
Quien hablaba ahora era el mismo Aldair que salía desde detrás de un grueso roble a uno de los costados.
—¿Una pequeña demora de mi parte y te pones como un crio caprichoso?
Pentilo estaba rojo de ira. Respiraba fuertemente y se lo veía muy enojado. Su padre le hizo señas de que se calmara. Entonces vislumbró lo que Aldair tramaba y sonrió. Su gesto cambió de inmediato y su rostro se aclaró.
—¿Así tramas vencerme gran druida? ¿Piensas que hacerme enojar con una broma tuya hará que no pueda concentrarme en el combate? No eres rival para mí. Retírate ahora que estás a tiempo o laméntalo luego.
—Pues veremos que dicen los dioses al respecto. No olvides que tengo muy buen trato con ellos.
Aldair se acercó tranquilo hacia donde Pentilo esperaba con el escudo y la espada bajos. Aldair alzó los brazos como indicando que estaba desarmado. Entonces Godrick dio una orden y enseguida dos asistentes le entregaron una espada mediana y un escudo circular de madera similar al que portaba Pentilo.
—¡Ahora ya estamos parejos «druida»!  —lo miró de abajo a arriba y continuó: —a menos que tengas alguna otra excusa para no pelear. Recuerda que es la vida de tu protegido lo que está en juego.
Aldair se desvistió a su vez y le entregó sus ropas a Enda.
—Nadie tiene eso más en mente que yo «guerrero».
Luego se ubicó a unos pasos del otro y poniéndose en posición semierguida llevó el escudo a la altura del pecho con la espada cruzada sobre este.
—Cuando dispongas.

En un principio ambos contrincantes se midieron buscando puntos débiles. Giraron mutuamente uno alrededor del otro y viceversa. De pronto y sin aviso Pentilo se arrojó sobre Aldair asestando un golpe con la hoja de su espada que fue frenada por el escudo del otro. El sonido seco del golpear metal sobre madera fue acompañado por las astillas que volaron por los aires. Aprovechando la postura del agresor el joven druida intentó clavar su arma en el costado que por unos instantes quedó descubierto pero la dura hoja fue frenada por la de su contrincante. Mientras forcejeaban así trabados se oyó el chirrido propio del rosar de los metales. Ambos contrincantes dieron entonces un paso atrás, se midieron nuevamente y se abalanzaron al unísono. Esta vez ambas espadas chocaron contra los escudos del adversario produciendo el mismo sonido seco de antes solo que mucho más potente. Nuevo paso atrás. Ambos volvieron a girar midiéndose. Se alejaron mutuamente algunos pasos más para enseguida arremeter uno contra el otro. Los filos trazaron su destello en el aire y nuevamente el retumbar de la madera indicando que el golpe no pudo pasar de los escudos. Los aceros se volvieron a alzar y nuevamente buscaron la carne del otro, una y otra vez. Y una y otra vez chocaban contra el acero o la madera. Emitiendo una y otra vez el sonido apagado de la madera y el estruendo metálico de las hojas al chocarse. Una y otra vez los contrincantes se separaban, amagaban golpes y volvían a arremeter sin mayor daño que el cansancio físico. Entonces ocurrió lo inesperado, el error en el otro que es aprovechado por el guerrero bien entrenado haciendo que todo acabe allí.
En una arremetida de Pentilo Aldair se mantuvo en su sitio con el escudo más bajo de lo prudente, lo que habría su defensa al ataque del otro. Esto no fue desaprovechado por el atacante quien dirigió el mortal filo de su arma a la zona descubierta. En la fracción de un segundo la espada se acercó de punta hacia el costado derecho de Aldair y lo habría herido gravemente en la zona de las costillas de no ser por el inesperado giro que este último dio sobre si mismo haciendo que su escudo interceptara y desviara la filosa hoja de su oponente mientras que la suya propia trazaba una semicircunferencia en el aire en el mismo sentido que el escudo. Encontrando al final de su viaje el desprotegido pecho de Pentilo. De esta manera el filo se deslizó a lo largo del pecho en una diagonal descendente cortando profundamente la carne. El sorprendido atacante reaccionó de inmediato aunque no lo suficientemente rápido. Mientras intentaba volver a una posición defensiva la espada de Aldair se alzó y volvió a caer. Esta vez sobre el brazo armado, a la altura del codo. Para la filosa hoja no fue muy difícil atravesar la carne y seccionar el hueso que encontró a su paso. Cuando todo terminó, la espada de Pentilo yacía inerte sobre el  pasto ensangrentado mientras que quien hasta ese momento la empuñara caía de rodillas al suelo. Su brazo colgaba de los girones de carne que no habían sido arrancados. Mientras, con la otra mano se tomaba el costado sangrante. Tenía la mirada perdida.
Alrededor todo era silencio. Nadie daba crédito a lo que veía excepto Enda que saltaba de felicidad. Enseguida se reunió con su amigo y le ayudó a vestirse. Juntos veían como algunos hombres, dentro de los que reconocieron a los que el día anterior asistieran a la casa de Arkilo, levantaban al malherido Pentilo. Increíblemente este parecía ajeno a todo aquello. Como si no fuera él quien acababa de perder un brazo y la contienda. Los que le asistían titubearon al momento de tener que tomar el brazo colgante. En su socorro, Brig se acercó al herido y con un cuchillo cortó la poca carne que mantenía unido el brazo al antebrazo. Pentilo emitió un alarido y cayó inconsciente. Estaba perdiendo mucha sangre y muy rápido. Enseguida se lo llevaron de allí y ya no volvieron a verlo.

—Los dioses han hablado. —Le gritó desde su sitial Godrick a Aldair. Su rostro estaba transformado por el odio y la ira—. Tu amigo puede marcharse con ustedes. Es libre.  
Luego giró y desapareció también de la vista del druida y su amigo.


     OOOOO


De regreso a la aldea Alain fue recibido por muchas personas que se alegraron de su suerte, entre ellos una angustiada aunque físicamente mejorada Arica. El joven descendió de su caballo. Estaba herido en varios lugares pero podía mantenerse en pié. La herida del costado no había resultado muy profunda y el vendaje que Aldair le había confeccionado le permitía moverse con cierta facilidad. Luego de los golpes y heridas que había recibido muchos hombres no podrían mantenerse de pié pero Alain se veía extremadamente fuerte. Una idea se fue gestando en la mente de Aldair. Idea que no tardaría en consultar con su Padre Espiritual en busca de apoyo y consejo.

—Respecto a nuestra partida…
—Ya está todo arreglado hijo mío. Arkilo nos ha facilitado a uno de sus mejores guerreros para que nos escolte hasta nuestro destino.
—De eso quería hablarte.
—Pues dime.
—Quiero que sea Alain quien nos acompañe.
El anciano miró a su discípulo intentando entender lo que el descubriera para hacerle tomar una decisión semejante.
—Supongo que alguna buena razón tendrás para semejante pedido. Tú mejor que nadie sabe el estado en que está ese muchacho.
—Pues por eso mismo. Pese a los avatares que ha sufrido, él se encuentra muy entero tanto física como anímicamente. Si he de confiar mi seguridad a alguien creo que él es la persona indicada. Además, tengo algún presentimiento sobre él.
—Pero no podemos llevarlo en este estado de salud por más bien que tú lo encuentres. Sus heridas tardarán algún tiempo en sanar.
—Pues esperaremos si tú estás de acuerdo. No creo que tarde más de una semana en poder andar con normalidad. Además… —Aldair titubeó—.  Si se queda, su vida puede estar aun en riesgo.
—Explícame eso.
 —Pues que cuando alguien te quita lo que Alain le quitó a Godrick y a su hijo, si no eres gente tranquila vas a dar por tierra con todas las tradiciones mandatorias y tarde o temprano vas a clamar por venganza e intentar tomar lo que por derecho, consideras tuyo. Te aseguro que ellos no son gente muy tranquila que digamos, padre.
—En eso tienes razón. Son tiempos duros los que se avecinan para Arkilo y su pueblo. Está bien. Voy a conversarlo con Arkilo. Le explicaré la situación y seguramente no tenga problemas al respecto. Además, ahora que lo mencionas, el viaje le sentará bien. Si va a asumir responsabilidades sobre Arica, como calculo que hará, debería conocer antes un poco de mundo y convertirse en un hombre hecho y derecho.
»No se hable más del asunto.
  
Cuando por fin quedó solo, Aldair se recostó sobre el camastro que ocupara su otrora Maestro, ahora compañero. Estaba realmente cansado, la jornada había sido en verdad muy dura y llena de sobresaltos. Sus ojos comenzaron a cerrarse como tironeados por fuerzas provenientes de la misma tierra. Fuerzas a las que no pudo ni quiso oponer ningún tipo de resistencia. Así, mientras perdía el conocimiento y se hundía más y más en las dulces aguas del sueño, vislumbró aquella luz que no le resultaba del todo desconocida aunque ignorara su procedencia y significado. Luego la sombría figura le susurró en el preciso momento en que el joven se perdía definitivamente en la inconsciencia.

—Es hora Aldair.



                                                    FIN (del Capítulo)

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