Ambos hombres, el
viejo y el joven caminaban despreocupadamente mientras comentaban los recientes
sucesos. A su alrededor las noticias sobre duendes malignos, posesiones y las precauciones que debían tomarse al
respecto se esparcían a un ritmo impresionante igual que el fuego en un
pastizal seco una tarde de verano.
—Por más que lo intento
no puedo entender los planes de Arkilo.
—Haces mal en juzgarlo
hijo mío. Puedo asegurarte que es un jefe digno y hombre de mucha sabiduría.
Estoy más que seguro que ha debido tener muy buenas razones para proceder como
lo ha hecho.
—Si tú lo dices maestro
he de confiar en tu palabra puesto que jamás sueles hablar por hablar.
Melvin sonrió.
—¡A menos que la
cerveza o el hidromiel lo hagan por mi! —y al decirlo una sonora carcajada
llenó su boca.
Aldair también rió por
la ocurrencia.
—Por lo visto nadie
está exento del peligro padre.
Ambos rieron mientras
la gente los miraba divertida.
—De todos modos lo que
Arkilo pretendió, está totalmente fuera de lo aconsejable. Lo que hizo, por la
razón que fuere, está más allá de nuestras costumbres sociales y no podía
terminar bien de ninguna manera. Imagina al río, hijo mío. Imagina que
intentamos desviar su curso a fuerza de cavar zanjones y taponear el cauce
natural con maderos.
—Pero eso se hace…
—Si, efectivamente se
hace, pero no es natural y a la primera oportunidad la naturaleza te lo echará
en cara mediante inundaciones u otros desastres que las gentes achacarán inmediatamente
a la desgracia o a caprichos de los dioses. Cuando el único culpable es el
hombre mismo con su accionar irresponsable y antinatural.
—Comprendo. La analogía
aquí es la sexualidad entonces.
—Los instintos todos,
hijo mío. En una cultura como la nuestra donde la mujer goza de igualdad plena
frente al hombre y este frente a la mujer; donde alabamos a los dioses y a la
vida misma a través del gozo del cuerpo y por ende del espíritu que lo habita
dando rienda suelta a nuestros naturales instintos, el intentar cortarlos o
frenarlos traerá siempre consecuencias no pensadas.
—¿Cómo pudo suponer
entonces que una alianza a través de la unión de su hija con el hijo de Godrick
podría haber tenido éxito?
—Y sin embargo no es
una idea tan rara.
—¿A qué te refieres?
—Existieron en el
pasado, existen hoy día y sin lugar a dudas existirán en el futuro culturas
basadas en estos mismos principios. El sacrificio de ciertos individuos en pos
de un «supuesto» bien mayor.
—¡Pero nuevamente, eso
es antinatural!
—Ni lo dudes. Pero recuerda
que al pensar, al ser consciente del mundo que lo rodea y poder modelarlo a su
gusto el hombre mismo ha dejado ya de ser un ser natural para convertirse en
algo más. Los animales, todos ellos no cambian lo que la naturaleza les ha
brindado y los que sí, lo hacen tan solo por instinto y no son conscientes de
la acción ni de las consecuencias. Por lo tanto no debemos sorprendernos del
comportamiento antinatural del hombre.
—Tal vez tengas razón
padre. Pero eso no excusa la acción de Arkilo.
—Nuevamente, discípulo
mío, no podemos juzgar su comportamiento que a nuestros ojos se entiende como
incorrecto pues no conocemos todos los hechos que lo han impulsado a actuar de dicha
forma. Incluso te diré algo más: conociéndolo como lo conozco, no dudo que perseguía
un fin justo.
—Todo esto me confunde
y me aterra, padre. ¿Qué futuro le espera al hombre actuando como lo hace?
Melvin sonrió
amablemente y poniéndole una mano en el hombro lo animó:
—Ya estás entendiendo
el por qué de la ocultación de los antiguos elementos hijo mío. Si no podemos
manejar unos simples sentimientos. ¿Cómo podríamos pretender manejar con
responsabilidad un poder mayor?
El muchacho detuvo la
marcha y lo miró a los ojos.
—Por cierto…
—Todo a su tiempo hijo
mío. Todo a su tiempo.
El anciano lo tomaba
ahora por ambos hombros en un gesto de contención pues adivinada perfectamente
la frustración que embargaba a su discípulo.
—Como tú digas padre.
—Suspiró amargamente—. Pero me gustaría entender tantas cosas.
—No lo dudo; pero ya
llegará el momento.
Luego de unos instantes
ambos se pusieron en marcha rumbo a la casa de Ultinos.
Al llegar encontraron
la puerta abierta y una extraña energía les previno que algo no estaba bien.
Entraron cautelosamente, la casa estaba a oscuras pues el fogón no había sido
aun encendido y nadie había tomado la precaución de prender velas. De pronto un
sonido les llamó la atención hacia un pequeño mueble consistente en un cubo hueco
de madera con una tapa superior articulada por un par de bisagras de hierro
forjado y una traba también del mismo material. Un grito ahogado y algunos
golpes provenían del interior. Sin pérdida de tiempo Aldair abrió la pesada
tapa y cuál no sería su sorpresa al encontrar dentro a un maniatado y
amordazado Ultinos.
—Los muy taimados se aprovecharon
de que todos en la aldea tenían su atención puesta en la casa de Arkilo. —Dijo
una vez desatado y fuera de la caja de madera.
—¿Pero quién pudo
atreverse a tanto?
—Aldair, hay tanto que
debes aprender aún. ¿Piensas que por ser druidas nadie se atrevería a ponernos
una mano encima?
—Nadie en su sano
juicio al menos. Representamos la máxima autoridad. Podemos disponer incluso de
la vida de quien se atreva, sin tener que dar explicaciones y nadie en su sano
juicio se atrevería a cuestionarnos.
—Tú lo has dicho
—exclamó Ultinos. Nadie en su sano juicio, pero recuerda que el poder nubla el
juicio de los necios.
—¿Dices que quien te
atacó contaba con algún tipo de inmunidad?
—No necesaria mente
inmunidad, joven discípulo de mi amigo, pero si alguien cebado de poder y
soberbia.
—Quien podría…
— Pentilo, sin dudas. —Sentenció Melvin.
Aldair se quedó helado.
—Al rato que ustedes dos se marcharan a casa de Arkilo y habiéndome
quedado a cuidar de mi muchacho, estaba yo perdido en mis pensamientos sobre el
derrotero que su vida ha debido seguir cuando nuevamente escuché golpes en la
puerta y vociferaciones. Salí enseguida a poner en su lugar a los revoltosos y
cual no fue mi sorpresa al ver que se me enfrentaron. Armados, me exigieron que
les entregara a mi sobrino. Les hablé primero con el respaldo que me brinda mi
oficio pero al ver que esto ya no los
amedrentaba les exigí por el peso de la sagrada ley que se retiraran de mi
morada.
—¿Y qué ocurrió entonces?
—¿Qué crees que ocurrió? Nada les importó. Pentilo, como bien dices viejo
maestro, dio órdenes de que se me apresara y sin pérdida de tiempo dos de sus
secuaces se pusieron a la tarea. Me apresaron, ataron y luego de reírse de mi
desgracia, ante una nueva orden del desalmado me metieron dentro de la caja de
la que ustedes me acaban de sacar.
—Entonces no pudiste ver que hicieron con Alain…
—¡Se lo llevaron! Pude escucharlos como conversaban sobre el tema con
total soltura. Evidentemente no cuentan con que nadie pueda detenerlos.
Ultinos, se frotó la espalda a la altura de la cintura. Evidentemente la
mala postura durante su encierro le estaba reclamando. Sin poder soportarlo sentó
con gesto adolorido. De pronto su rostro se puso serio fruto de la
preocupación.
—¿Oíste qué es lo que piensan a hacer con él? Esto tiene toda la
apariencia de una venganza.
—Ni que lo digas Aldair. Los muy atrevidos se jactaban de lo sencillo que
les estaba resultando todo y de cómo pensaban llevárselo a la aldea de Godrick
para ajustar las cuentas. Quieren someterlo a las leyes impartidas por su jefe
druida. Lo conozco. Es un taimado despiadado y llena de rencores; personalmente
no siento ningún tipo de cariño hacia él y me consta que el sentimiento es
mutuo. Mucho me temo que… —una pausa abrupta dejó la idea en el aire—. No
auguro un buen final al pobre Alain.
Estos pensamientos turbaban notoriamente al druida a quien le costó
terminar la última frase. Aldair pudo ver por unos instantes que los ojos se le
humedecieron pero al darse cuenta de que estaba siendo observado atentamente
recuperó la compostura. Con una energía inesperada se puso de pié en un solo
movimiento.
—Debo hablar con Arkilo. Debemos hacer algo al respecto. —Dijo y salió al
exterior con ánimo decidido. Los otros dos no lo dudaron y salieron tras él.
El rostro del jefe celta tenía todos los signos de no dar crédito a lo
que se le acababa de contar. Parado con su sitial a su espalda se quedó de una
pieza. De pronto se sintió abatido, cansado. Cargando con todo el peso sobre
sus hombros dio un paso hacia atrás. Tomó con su mano derecha el apoyabrazos del
asiento de jefe y se detuvo pensativo. «¿Cuántas sorpresas más me depara aun
este día?» dijo para sí. Luego se sentó con la mirada perdida; apoyó el mentón
sobre su puño cerrado y durante unos momentos no dijo nada más.
—Todo fue en vano entonces. Ahora lo sé…
Luego miró a Melvin durante unos segundos y a los demás presentes
después.
—No puedo creer lo que estuve a punto de hacer y ahora tengo la certeza
de que hubiera sido en vano. —Abrió la mano y escondió la cara dentro de su
gran palma.
—Tenías razón Ultinos. Debí escucharte. Pero supuse que de esa manera
evitaría una incursión armada de Godrick y su gente a nuestras tierras.
Dando un paso al frente a la vez que flexionaba los brazos a la altura de
las caderas con las palmas de las manos hacia arriba Ultinos intentó
tranquilizarlo.
—Ahora debemos concentrarnos en salvar a Alain oh jefe nuestro. Mi
muchacho te ha servido bien. No podemos abandonarlo.
—Tienes razón mi buen amigo. —De pronto Arkilo pareció recobrar sus fuerzas
y dando un golpe de puño sobre el apoya brazo dio la orden—. Llamad a los
mejores guerreros. No, mejor llamad a todos los guerreros. Vamos a enseñarles a
esos que no deben meterse con nuestra gente. Si me han considerado débil por
intentar evitar el derramamiento de sangre ya verán el error en que han
incursionado.
Aldair comenzó a hablar en cuanto Arkilo dejó de hacerlo para respirar.
—Si me permites gran jefe, creo que hay algo mejor que eso y que va más
de la mano con tu ideal de no derrochar vidas en una contienda sin sentido.
—¿Ah sí? —Exclamó el otro sorprendido.
Aldair miró a su mentor y este asintió con la cabeza. Aunque fue más una
cortesía que un verdadero pedido de permiso. Se acercó algunos pasos hacia el
jefe celta y continuó hablando decidido.
—Permite que vaya yo solo a rescatar a tu guerrero.
—¡Pero eso es una locura! —Dijo con gesto de sorpresa—. Creí que tenías
un verdadero plan que ofrecerme.
—Permítele al muchacho explayarse amigo mío. Hasta ahora no nos ha
defraudado. ¿Verdad?
—No, eso es cierto. —y cambiando el tono de vos— por favor continua
Aldair, por lo visto tu Maestro tiene una fe muy fuerte puesta en ti.
—Por lo que acabas de contar, tu iniciativa de casar a tu única hija con
el heredero de Godrick obedeció al simple hecho de evitar el derramamiento
inútil de sangre y lograr una paz verdadera entre ambas tribus. Si envías ahora
a tus guerreros sería como si nunca hubieras decidido arriesgar nada puesto que
es lo que ellos están buscando.
—¿Cómo dices?
—Con todo respeto Gran Jefe… ¿Es que no es obvio?
Aldair hizo adrede una pausa que utilizó para mirar a todos, a la vez que
creaba expectativa.
—¿No ves acaso que al no poder conseguir tus tierras y tu gente por las
buenas lo van a hacer por las malas argumentando que tú los atacaste a ellos
primero?
Arquilo, que se había puesto de pié volvió a sentarse. Sabía que el
muchacho estaba en lo cierto aunque el mismo no había querido verlo.
—Ellos van a argumentar que secuestraron a Alain como resarcimiento por
lo que este hizo con su futura esposa y si bien la actividad sexual
prematrimonial no está censurada como en otras culturas, este es un detalle que
cualquier consejo zonal pasaría por alto. Godrick enarbolaría la bandera de la
deshonra de su hijo a lo que sumaría una declaración de guerra de tu parte. En
caso de que sobrevivieras a la batalla, ningún consejo de hombres sabios te
respaldaría en esto. No solo perderías tu reino sino que condenarías a tu gente
a ser víctima de una venganza absurda.
Arkilo lo miraba seriamente, sopesando cada una de las palabras.
—Tienes razón —articuló por fin.
—Por eso te pido que me dejes ir solo tras los raptores. Permíteme
utilizar mi título y mis conocimientos para traértelo de nuevo evitando una
masacre.
—Es muy sensato todo lo que argumentas Aldair —era Ultinos quién habló
esta vez— pero recuerda que no parecen respetar mucho al poder que
representamos nosotros los druidas.
—No hablaba del temor a los dioses mi estimado Ultinos; sino del temor al
hierro afilado.
—Creí haberte escuchado decir que los druidas no montaban nunca. —Gritó
Enda desde su caballo a su amigo que iba a la par. El viento golpeaba en su
rostro y prácticamente le hacía tragar sus propias palabras.
—«Casi nunca» fueron mis palabras exactas estimado amigo, «casi
nunca»—. Le gritó a su vez con una sonrisa en el rostro.
Ambos caballos y sus
jinetes iban a la carrera a todo galope por el prado. Los otros les llevaban
una considerable ventaja y debían acortarla lo más que pudieran si querían
encontrar vivo al pobre Alain. Las huellas en aquella sección del campo eran
frescas y bien marcadas por lo que no habían tenido problemas en seguirlas
incluso a tal velocidad. Pero de pronto Aldair tiró de las riendas y su animal
se detuvo en el acto. Su compañero no tardó en hacer lo mismo.
—¿Qué ocurre?
Aldair se apeó del
caballo y se acuclilló. Con la mano derecha acarició la verde hierba que se
notaba aplastada. Con toda naturalidad se llevó los dedos a la nariz y olfateó
las puntas de los mismos. Enda lo miraba expectante. Enseguida el de abajo se
puso de pié y elevando una mano sentenció mientras lo miraba serio:
—Sangre.
—OOOOO—
Se
sentía mareado. Todo a su alrededor parecía sacudirse y dar vueltas. Tenía la
boca reseca y le dolía terriblemente la cabeza. Como buen integrante de su clan
era un gran bebedor y sin embargo ni la peor de las borracheras le había dejado
semejante resaca. Por un breve momento quiso morirse.
Entonces
percibió los gritos, el olor del animal, el zarandeo y el sonido del retumbar de la tierra bajo las
fuertes patas. El galope. Fue ahí que la realidad lo golpeó duramente en el
rostro. Levantó la cabeza y fue consciente de que estaba acostado boca abajo
sobre el lomo de un caballo que se dirigía toda carrera hacia quien sabía dónde.
Y lo peor de todo, estaba atado. Una
soga no muy larga unía sus muñecas a sus tobillos y lo mantenía así firmemente
sujeto en aquella incómoda posición. La misma que se utilizaba para trasladar
un cadáver desde los campos de batalla hasta su hogar. Con el mayor disimulo
que pudo atisbó alrededor y pudo ver a los culpables de tan incómoda situación.
Su caballo era el último de una cuadrilla de seis. Por cómo estaba colocado
sobre el lomo del animal podía ver tan solo a tres a la derecha de su caballo.
El sonido que provenía de la izquierda le indicaba que había dos animales más
de aquel lado. Pese a lo duro que le resultó enfocar la vista pudo ver que
reconocía a los tres hombres que tenía en su campo visual. «Pentilo», dijo para
sí al esclarecer la situación. Aquello se trataba ni más ni menos que de un
ajuste de cuentas. Un resarcimiento por lo que él y Arica habían hecho.
—OOOOO—
Aldair retomó los
últimos pasos volviendo sobre su marcha. Atrás quedaron su caballo y su
compañero quien lo miraba atento. El pasto llegaba hasta sobre las rodillas lo
que le permitía seguir con relativa seguridad el rastro dejado por los otros. El
rocío de la madrugada hacía que el pastizal se mantuviera blando y que no
volviera a su posición normal cuando se lo pisaba. Así, a un experimentado
rastreador como Aldair se le hacía
sencillo seguir las huellas. Al ver que no se detenía, su compañero taloneó su
caballo, a la pasada recogió las riendas colgantes del otro animal y fue a
reunirse con su amigo a paso tranquilo.
Luego de caminar unos
cuantos pasos Aldair se detuvo y recorrió el lugar con la mirada. El sonido de
los vasos pisando el pasto detrás de él le anunció la llegada de Enda. Su propio
caballo resopló al detenerse, agachó la cabeza y comenzó a comer
tranquilamente, ajeno a todo. El otro lo imitó.
—Parece que aquí se
detuvieron. Mira como todo está pisoteado. ¿Ves la mayor extensión de pasto
aplastado?—Luego, señalando con el índice extendido hacia la derecha indicó—:
Allí ocurrió algo extraño.
Enda se apeó de su
montura y se unió a él. Ambos caminaron el corto trecho hacia donde indicara
Aldair.
—Fíjate. Por la forma
en que está aplastado el pasto, todo parejo a partir de allí, pareciera como si
uno de los caballos hubiera rodado abruptamente. —Luego señaló un poco más a la
derecha—. La superficie aplastada es menor; lo que rodó ahí es más pequeño.
—Miró a su amigo—. Una persona, claro.
—¿Alain?
—Posiblemente. A partir
de este punto es confuso. Sin embargo…
Aldair se agachó
mirando atentamente el pastizal que en aquella postura le daba al pecho. Desde
atrás les llegaba el sonido de los caballos pastando, su respiración y algunos
bufidos esporádicos. Enseguida se puso de pié y comenzó a andar lentamente.
—Por aquí, una persona
corre.
—¿Como sabes que corre
y no camina?
—Por el marco de los
acontecimientos. ¿Caminarías tú? —Le sonrió mientras el otro ponía cara de
tonto—. Además las pisadas son más profundas. Mira aquí —apartó algunas hierbas
permitiendo que Enda viera el suelo hundido por una pisada profunda— esto es un
signo claro de que alguien corrió hacia aquellos arboles.
—OOOOO—
Siempre
había pensado que Pentilo y su horda de salvajes no eran más que un puñado de
ineptos buenos para nada y al ver la forma en que lo habían atado se sintió
feliz de no estar equivocado. Sin mucha dificultad logró desatar unos nudos que
solo podrían haber retenido a un muerto y cuando estuvo seguro de que al menos
los de su lado del caballo no lo estaban mirando, en un solo movimiento se
enderezó sobre la bestia hasta quedar sentado. En ese momento pudo ver por
primera vez a los que iban del otro lado uno de ellos iba más adelante pero el
otro que iba a la par lo vio ponerse derecho y sin pensarlo siquiera se acercó
hacia él con evidentes intenciones de corregir la situación. Cuando Alain lo
tuvo cerca se tomó de las crines y de un salto se puso de pié sobre el lomo del
animal al que usó de plataforma para saltar hacia el otro caballo. Todo ocurrió
tan rápido que el otro no tuvo tiempo de reaccionar. En vano intentó sacar la
espada de su cinturón cuando toda la masa musculosa que era Alain le golpeó de
lleno en el pecho. El resultado de esto fue que al ser el jinete arrancado de
su montura tiró con excesiva fuerza de las riendas y esto provocó un dolor tan
intenso al animal que la bestia reaccionó frenando en el acto. La inercia hizo
que cayera rodando por la hierba a escasa distancia de donde lo hiciera su
jinete. En el acto Alain saltó sobre el atontado jinete y en un movimiento excesivamente
rápido como para que este pudiera hacer algo. Le tomó la cabeza entre sus
brazos y con un rápido pero enérgico movimiento le quebró el cuello. Un
amortiguado sonido de huesos que se rompen le indicó que su captor partía rumbo
a la morada del gran Dagda, dios de la vida y la muerte.
Al
sentir el sonido del caballo que rodaba estrepitosamente el otro que venía a la
derecha giró la cabeza y fue instantáneamente consciente de lo que estaba
ocurriendo. Sin pensarlo dos veces gritó la voz de alto, lo que hizo que todos
los demás refrenaran sus monturas en el acto.
La
primera intensión de Alain fue la de tomar el caballo de su captor muerto que
acababa de ponerse de pié y parecía no haberse lastimado en la caída pero al
ver que los demás daban la vuelta y se dirigían hacia él, decidió cambiar de
planes. Sin detenerse a sopesar la situación tomó la espada del caído y corrió
rumbo a la arboleda que estaba a su derecha. Si lograba llegar a ella tal vez
pudiera salir airoso de aquello.
—OOOOO—
Enda trataba de hacerse
una imagen mental de la situación.
—¿Entonces dices que logró
escapar hacia el bosque aquel? Pero ¿y el rastro que veníamos siguiendo y que
supera este punto? ¿No se dieron cuenta del escape y siguieron como si nada? ¿Y
la sangre que me acabas de mostrar?
—Demasiado trabajo
físico debe estar atrofiando tu poder de razonamiento mi querido amigo. —Se
mofó Aldair—.
Sin decir más montó
sobre su animal y se encaminó siguiendo el rastro que iba hacia la arboleda. Luego
de unos metros se detuvo; Enda se le unió rápidamente.
—¿Qué…?
—Como suponía —levantó
el brazo y apuntó con el índice en dirección a la izquierda—. Los que marchaban
adelante tardaron en percatarse de lo que ocurría a sus espaldas. Eso le dio
algo de tiempo a nuestro buen Alain como para correr, pero hasta aquí llegó su
suerte pues fue alcanzado. ¿Ves como del gran rastro principal que íbamos
siguiendo surge en diagonal este otro, ancho también como el primero y que
viene al encuentro de la pequeña huella dejada por nuestro amigo que iba a pie?
Incluso alguien tan poco
habituado a rastrear como lo era el herrero pudo distinguirlo con las claras indicaciones
del joven druida.
—Mucho me temo que aquí
se desarrolló una pelea —dijo luego—. Mira como está todo nuevamente pisoteado
de forma irregular.
Dicho esto abandonó de
un salto la montura y comenzó a buscar vestigios que confirmaran lo que
suponía. Al cabo de unos momentos los encontró y mostro a su compañero. A unos
pasos de donde había descendido de su caballo encontró grandes cantidades de
sangre seca aunque reciente.
—OOOOO—
«No voy a lograrlo» se
dijo al ver lo cerca que estaban sus captores y lo lejano del bosque. De todos
modos no se rendiría. De pronto se sintió infundido de una extraña fuerza y un
coraje desconocidos. Se detuvo de golpe y giró sobre sus talones quedando de
frente a la turba montada que se le venía en frente. Desnudo como estaba sintió
una energía y un enardecimiento en todo su cuerpo que pronto fue patente en su
sexo. Para esto había sido forjado como guerrero durante toda su vida, como
antes lo fuera su padre y antes de él su abuelo. No defraudaría a sus
ancestros. Si iba a reunirse con ellos sería con la cabeza en alto y una espada
en la mano. De pronto, como poseído por los espíritus del mismo bosque al que
no pudo llegar comenzó a correr rumbo a sus enemigos.
Pentilo no daba crédito
a lo que veía. Ellos eran cuatro, a caballo y bien armados; aquel en cambio
estaba solo, desnudo y portando apenas una pequeña espada y aún así corría
hacia ellos en tal estado de excitación que atemorizaba.
El encuentro fue
confuso. Cuando los caballos y sus jinetes se abalanzaron contra Alain este
efectuó un salto con tal potencia que pareció salir volando. Pentilo le arrojó
un golpe de espada que solo cortó el aire, otro tanto hizo el que estaba a su
izquierda y más atrás que su líder. Alain sin embargo no falló. En pleno salto
clavó casi hasta la empuñadura la hoja de su espada en el pecho del tercer
jinete que no daba crédito a la sorpresa. A continuación y apoyándose en la
empuñadura que estaba ahora firmemente incrustada se impulsó hasta quedar
parado sobre el lomo del caballo. Al hacer esto pudo ver el gesto de terror de
quien hasta entonces se pensaba victorioso respaldado en el numero. Una vez
apoyado sobre el animal retiró con fuerza la espada de su vaina viviente y con
un rápido movimiento circular intentó seccionarle la cabeza. El primer corte,
aunque profundo solo lo degolló haciendo que saltara abundante sangre en todas
direcciones. Tres hachazos más le terminaron de seccionar la cabeza. Casi al
mismo tiempo arrancó las riendas de las manos acéfalas y arrojó el cuerpo que cayó
al piso agitando histéricamente los brazos. Alain se dejó caer hasta quedar
sentado sobre las pieles que servían de montura e hizo que el caballo diera la
vuelta quedando enfrentado al último hombre que venía detrás de él. A este le
arrojó un golpe con el filo de su arma, con tan mala suerte que no acertó. El
otro, con mayor suerte y habilidad lo cortó primero en un brazo y luego en el
costado. Aquello desconcertó al muchacho, situación que Pentilo que ya se encontraba
a su lado aprovechó para saltarle encima mientras que con una mano le sostenía
el antebrazo de la mano en que portaba la espada. Ambos hombres cayeron al
piso, forcejearon y rodaron sobre la pastura hasta que los compañeros del líder
llegaron en su ayuda sosteniendo primero al prisionero y descargando luego
sobre él toda la ira acumulada en el fragor de la lucha. Patadas y golpes de
puño cerrado comenzaron a caer entonces sobre el ahora indefenso Alain hasta
dejarlo inconsciente.
Una vez recuperados y
lo más repuestos que la situación permitía, Pentilo dio la orden de recoger los
restos del guerrero decapitado y del que yacía con el cuello roto. Del primero
tomaron la cabeza, la metieron en una bolsa de tela y ataron esta al cinturón
del muerto al que previamente habían fijado al caballo por medio de sogas. Al
segundo lo ataron de la misma manera pero al no poseer rigidez en el cuello, su
cabeza comenzó a rebotar jocosamente como un trapo al viento en cuanto tomaron
velocidad. Alain fue nuevamente atado al igual que los dos cuerpos pero esta
vez Pentilo controló las ligaduras el mismo a fin de evitarse futuros dolores
de cabeza.
—OOOOO—
Aldair no sabía bien
que pensar. Lo que habían encontrado lo despistaba sobremanera. ¿Aún estaría
vivo Alain? ¿Qué había pasado exactamente? Luego de no encontrar más pistas en
la pradera volvieron a retomar la marcha que los llevaba rumbo a la aldea del
Clan Godrick. Tal y como estaban las cosas no sabía que esperar. ¿Serviría de algo
su embestidura Druida o todo aquello era en vano? Sospechaba que no tardaría en
averiguarlo.
Los dos jinetes que los interceptaron a distancia
prudencial del acceso a la aldea portaban rostros oscos e intimidantes, pero al
reconocer las vestimentas y el colgante de druida de Aldair su gesto se
transfiguró en temor. El de la derecha miró nerviosamente a su compañero y este
le devolvió la misma mirada intranquila. Aldair sabía que sus órdenes eran las
de evitar o demorar su llegada al interior. El hecho de encontrar a un servidor
de los Dioses evidentemente no estaba entre sus planes y antes que dijeran nada
Aldair habló.
—Dile a tu rey que
Aldair, discípulo del Melvin de «Las tierras Oscuras» desea verle de inmediato.
Uno de los caballos de
los guardianes se movió nervioso en círculos, su jinete lo corrigió tirando de
las riendas a derecha y a izquierda simultáneamente hasta que por fin el animal
cedió emitiendo un bufido y por fin quedó quieto.
—¿Por qué motivo deseas
verlo, Gran Aldair? —El tono era evidentemente forzado, carente de simpatía
pero no exento de temor.
—¿No crees que eso es
solo tema entre tu rey y yo? —Cortó tajante el Druida—. ¿Desde cuando los
asuntos de los dioses deben justificarse ante un mero guardián?
El rostro del otro se
encendió; en parte por la vergüenza que conllevaba la respuesta desautorizante de
alguien tan poderoso y en parte por el enojo e impotencia que le generaba el no
poder clavarle su espada al recién llegado por el mismo motivo. Volvió la
mirada en su compañero que se había mantenido en el más saludable de los
silencios, luego giró su caballo hacia la aldea y con un ademan brusco les
indicó a los visitantes que lo siguieran.
Godrick era un hombre
alto y tosco. Llevaba el cabello largo atado en una gruesa trenza que caía por su
ancha espalda un poco por debajo de los omóplatos. Un gran bigote a la usanza
celta le cubría la parte de arriba de la boca. Brig, su Druida en contraste era
un hombre pequeño, escuálido y de mirada inquisidora. Aldair hubiese reído ante
un hombre que se hacía llamar “La Fuerza”, pues eso significaba su nombre, si
no supiera por dichos de su maestro que la fuerza de la que se jactaba aquel no
era física sino espiritual. Y esto era lo realmente grave. «Una fuerza que»,
pensó el muchacho, «hacía doblegarse a los hombres a hacer su mezquina voluntad».
En definitiva una fuerza mal canalizada. Eso mismo era la razón por la cual no
gozaba del aprecio de nadie dentro de los límites de la escuela que
administrara Melvin ni de nadie que respetara la doctrina que allí se impartía.
Al joven druida le recordó a una sanguijuela al verlo parado detrás de Godrick hablándole
al oído. Envenenando las ideas que aquel pudiera albergar en su mente.
—Lo que me pides no es
posible Aldair, hijo espiritual del sabio Melvin. El accionar de Alain ha
provocado una grieta en los tratados de paz que hemos entablado con mi buen
amigo Arkilo. —Aquellas palabras no podían estar más cargadas de demagogia.
—¿Qué tratados son esos
sabio Godrick, que atentan contra las costumbres más elementales de nuestra raza?
Si es de la infidelidad de lo que estamos hablando, tu bien sabes que no es
condenable de ninguna manera, puesto que aun no existe vinculo alguno entre Arica
y tu hijo.
El rostro duro del jefe
guerrero se contrajo en un gesto de desagrado. «Aquel joven le iba a traer
problemas», pensó.
—No me subestimes
Aldair. Puedes ser un Druida pero aun no has alcanzado la edad de la sabiduría
de los hombres. No es la «infidelidad» como tú le llamas. Sino el hecho de que
este hombre, este criminal ha atentado contra la vida de quien hubiera hecho feliz
a mi hijo…
—¿Y te aseguraría una
considerable extensión de tierras, verdad?
El guerrero contrajo la
boca y los puños. Dio un paso al frente en actitud amenazadora pero fue
detenido por la fuerza de las palabras de Brig, quien acariciaba el oído del
otro como un amante lo haría con quien le inspirara deseos sensuales. Aldair
continuó provocador.
—Entiendo que hablas en
forma de tiempo pasado. ¿Tan endeble es la felicidad que buscas para tu hijo
que el mero hecho de haber compartido los encantos de la chica…?
—Será ajusticiado como
corresponde según las leyes. Leyes que seguramente tú conoces Aldair.
—Tu consejero sabe que
he sido preparado por el mejor maestro que pueda existir actualmente y por eso
puedo decirte que te enfrentas a
tremendas consecuencias. Has raptado a un guerrero de confianza del jefe de
otro clan y ahora pretendes impartir las leyes locales de tu propia aldea. Nada
bueno puede salir de todo esto.
El monarca lo miró en
silencio durante algunos instantes. Sopesándolo, intuyendo el poder de quien
tenía en frente.
—Por cómo se dieron las
cosas —continuó Aldair—, el único camino que puedes seguir, al menos en esta
isla donde las cosas están más organizadas, es el de darles tanto al ofendido como
al ofensor la posibilidad de medirse mutuamente. Dejar que los dioses nos
hablen a través de las armas y expresen su voluntad.
Luego de los últimos
conocimientos adquiridos aquellas palabras le sonaron falsas y faltas de
carácter. Afortunadamente nadie sabía lo que él. Para reforzar lo que acababa
de expresar Aldair recorrió uno a uno a los presentes con su fuerte mirada
deteniéndose y enfrentándola con la de Pentilo
quien se la sostuvo con soberbia.
—¡Por mí está más que bien! —Sentenció al fin el monarca dando un paso al
frente mientras que con un enérgico tirón de su brazo quitaba las manos de Brig
de su persona.
—Que así sea entonces—. Contestó Aldair. —A menos que alguno de los
presentes sostenga que no deberíamos proceder de esta manera.
Godrick miró a su consejero como pidiendo apoyo. Aldair notó este momento
de duda y viendo que Brig iba a protestar, agregó:
—A menos que consideres que tu hijo no está a las alturas de las
circunstancias, claro.
—Eso jamás —interrumpió el mencionado—. Me basto más que bien para
enseñarle a este mequetrefe los límites que jamás debió haber cruzado.
Godrick frunció el entrecejo.
Por impulsivo su hijo había sellado el duelo y él no podía ahora deshacerlo sin
mancillar para siempre la hombría y valor de su hijo.
—Que así sea entonces. —Dijo de mala gana.
—Ahora que hemos llegado a un acuerdo quisiera ver al prisionero—solicitó
el joven druida.
—Como pueden notar este hombre no está en condiciones de sostener una
espada y mucho menos de defender su vida en un combate. Por lo tanto invoco
ante el gran Dagda el derecho de representarlo durante la contienda.
—Eso es imposible —protestó Brig.
—¿Lo es? ¿Acaso un no ordenado que huyó de la aldea donde se le estaba
preparando en los más sagrados secretos del universo se atreve a desafiar los
poderes del hijo espiritual de quien es grande entre grandes y sabio entre
sabios? —Luego mirando al jefe celta le comunicó—: ten mucho cuidado al elegir
quien te asesora. No todo aquel que porta el título de sabio lo es en realidad.
»Cualquiera sea el caso, un condenado que no pueda defenderse por sí
mismo tiene el derecho otorgado por las antiguas costumbres a ser representado
por alguien de su confianza. Ya que somos —señaló primero a Enda y luego a sí
mismo— las únicas dos personas verdaderamente preocupadas por la salud de Alain, digo que calificamos
para el puesto.
—¿Pero tú, un druida? —Insistió Pentilo—. ¿Qué sabes de la lucha?
—En breve lo averiguaremos.
El lugar escogido, un claro entre los arboles del bosque detrás de la
aldea, era amplio y cómodo para maniobrar con soltura. A un costado dos de los interesados,
el padre y el hijo aguardaban a que diera comienzo el acontecimiento. Se los
veía muy tranquilos. Casi como dando por sentado que la victoria sería suya
mientras aguardaban a que se diera la orden de comenzar. Entonces el hijo se
percató de que no veía por ningún lado a su desafiante. Así se lo comunicó al
padre quien empezó a buscar con rápidos movimientos de cabeza entre la
multitud. El resto de la gente que había acudido ya sea por curiosidad o por
respeto al jefe celta, se encontraban de pié algunos y encaramados a los
arboles los demás con el fin de no perder detalle del espectáculo.
—Por el poder de los dioses a quienes en este momento invocamos como
única fuente de justicia —era Brig quien con voz potente hablaba a la multitud
desde el centro del claro— para que estos dos hombres tengan un duelo justo y
que de él surja un solo vencedor iluminado por la luz de la verdad. Como lo
marca la antigua costumbre venida desde los remotos tiempos de nuestros
ancestros y guiados por su misma mano el vencedor será exonerado y el perdedor
será hallado culpable. ¿Que así sea!
—¡Qué así sea! —gritaron todos a coro.
Dicho esto el viejo druida se alejó a paso lento hacia el grupo en que se
hallaba el jefe Godrick junto a su hijo. Este, completamente desnudo y portando
una espada corta y un escudo circular de madera maciza se encaminó hacia el
centro del claro. Dio uno pocos pasos y se detuvo en espera de su oponente que seguía
sin aparecer.
—¡Jaaaaaauuuuu! —Gritó exhalando todo el aire de sus pulmones.
»¿Es que acaso se acobardó tan pronto nuestro joven visitante? ¿Comprendió
acaso que este no es lugar para argucias infantiles?
Luego se giró en derredor buscando a quien lo estaba haciendo impacientar
y poner de mal humor. Pero Aldair no aparecía por ningún lado. Entonces miró a
Brig y este le respondió con un gesto que consistió en levantar levemente los
hombros y acortar el cuello mientras apretaba la boca en un gesto que hacía
salir el labio inferior un poco hacia afuera.
—¿¡Es que el cobarde nos ha dejado entonces!? —gritó con toda la fuerza
que sus pulmones fueron capaces de imprimirle.
Silencio.
—¿Acaso te estás impacientando gran y duro Pentilo?
El guerrero giró la cabeza hacia el lugar desde donde provino aquel grito
insolente esperando encontrar a Aldair; en su lugar vio la estampa de Enda
quien apoyado contra una gruesa vara de madera tenía las piernas cruzadas y lo
miraba con gesto jactancioso.
—Creo que mi amigo tenía algo importante que hacer antes de pelear
contigo. Un asunto con tu hermana si mal no he entendido. Aunque bien pudo
haber sido con tu madre. Verás, mi memoria ya no es lo que solía ser.
El color rojo invadió inmediatamente la cara y pecho del desnudo
guerrero. Apretó la empuñadura de su espada y sujetando firmemente su escudo
comenzó a caminar hasta donde estaba el herrero.
—Vas a tener que tragarte tus palabras maldito lobo.
—¿Tu y cuantos más de estos seres? —le preguntó riendo a carcajadas
mientras trazaba un semicírculo con el brazo que englobaba a muchos de los
presentes—. ¿Harás como hiciste con el pobre Alain? Mira mis brazos
acostumbrados a golpear el duro metal. ¿Cuántos guerreros crees que harán falta
para silenciar mi lengua?
—¡Ahh¡ —gritó Pentilo mientras arrancaba a correr.
—¿Acaso te estás distrayendo de lo importante Hijo de Rey?
Quien hablaba ahora era el mismo Aldair que salía desde detrás de un
grueso roble a uno de los costados.
—¿Una pequeña demora de mi parte y te pones como un crio caprichoso?
Pentilo estaba rojo de ira. Respiraba fuertemente y se lo veía muy
enojado. Su padre le hizo señas de que se calmara. Entonces vislumbró lo que
Aldair tramaba y sonrió. Su gesto cambió de inmediato y su rostro se aclaró.
—¿Así tramas vencerme gran druida? ¿Piensas que hacerme enojar con una
broma tuya hará que no pueda concentrarme en el combate? No eres rival para mí.
Retírate ahora que estás a tiempo o laméntalo luego.
—Pues veremos que dicen los dioses al respecto. No olvides que tengo muy
buen trato con ellos.
Aldair se acercó tranquilo hacia donde Pentilo esperaba con el escudo y
la espada bajos. Aldair alzó los brazos como indicando que estaba desarmado.
Entonces Godrick dio una orden y enseguida dos asistentes le entregaron una
espada mediana y un escudo circular de madera similar al que portaba Pentilo.
—¡Ahora ya estamos parejos «druida»!
—lo miró de abajo a arriba y continuó: —a menos que tengas alguna otra
excusa para no pelear. Recuerda que es la vida de tu protegido lo que está en
juego.
Aldair se desvistió a su vez y le entregó sus ropas a Enda.
—Nadie tiene eso más en mente que yo «guerrero».
Luego se ubicó a unos pasos del otro y poniéndose en posición semierguida
llevó el escudo a la altura del pecho con la espada cruzada sobre este.
—Cuando dispongas.
En un principio ambos contrincantes se midieron buscando puntos débiles.
Giraron mutuamente uno alrededor del otro y viceversa. De pronto y sin aviso Pentilo
se arrojó sobre Aldair asestando un golpe con la hoja de su espada que fue frenada
por el escudo del otro. El sonido seco del golpear metal sobre madera fue
acompañado por las astillas que volaron por los aires. Aprovechando la postura
del agresor el joven druida intentó clavar su arma en el costado que por unos
instantes quedó descubierto pero la dura hoja fue frenada por la de su
contrincante. Mientras forcejeaban así trabados se oyó el chirrido propio del
rosar de los metales. Ambos contrincantes dieron entonces un paso atrás, se
midieron nuevamente y se abalanzaron al unísono. Esta vez ambas espadas
chocaron contra los escudos del adversario produciendo el mismo sonido seco de
antes solo que mucho más potente. Nuevo paso atrás. Ambos volvieron a girar
midiéndose. Se alejaron mutuamente algunos pasos más para enseguida arremeter
uno contra el otro. Los filos trazaron su destello en el aire y nuevamente el
retumbar de la madera indicando que el golpe no pudo pasar de los escudos. Los
aceros se volvieron a alzar y nuevamente buscaron la carne del otro, una y otra
vez. Y una y otra vez chocaban contra el acero o la madera. Emitiendo una y
otra vez el sonido apagado de la madera y el estruendo metálico de las hojas al
chocarse. Una y otra vez los contrincantes se separaban, amagaban golpes y
volvían a arremeter sin mayor daño que el cansancio físico. Entonces ocurrió lo
inesperado, el error en el otro que es aprovechado por el guerrero bien
entrenado haciendo que todo acabe allí.
En una arremetida de Pentilo Aldair se mantuvo en su sitio con el escudo
más bajo de lo prudente, lo que habría su defensa al ataque del otro. Esto no
fue desaprovechado por el atacante quien dirigió el mortal filo de su arma a la
zona descubierta. En la fracción de un segundo la espada se acercó de punta
hacia el costado derecho de Aldair y lo habría herido gravemente en la zona de las
costillas de no ser por el inesperado giro que este último dio sobre si mismo
haciendo que su escudo interceptara y desviara la filosa hoja de su oponente
mientras que la suya propia trazaba una semicircunferencia en el aire en el
mismo sentido que el escudo. Encontrando al final de su viaje el desprotegido
pecho de Pentilo. De esta manera el filo se deslizó a lo largo del pecho en una
diagonal descendente cortando profundamente la carne. El sorprendido atacante
reaccionó de inmediato aunque no lo suficientemente rápido. Mientras intentaba
volver a una posición defensiva la espada de Aldair se alzó y volvió a caer. Esta
vez sobre el brazo armado, a la altura del codo. Para la filosa hoja no fue muy
difícil atravesar la carne y seccionar el hueso que encontró a su paso. Cuando
todo terminó, la espada de Pentilo yacía inerte sobre el pasto ensangrentado mientras que quien hasta
ese momento la empuñara caía de rodillas al suelo. Su brazo colgaba de los
girones de carne que no habían sido arrancados. Mientras, con la otra mano se
tomaba el costado sangrante. Tenía la mirada perdida.
Alrededor todo era
silencio. Nadie daba crédito a lo que veía excepto Enda que saltaba de
felicidad. Enseguida se reunió con su amigo y le ayudó a vestirse. Juntos veían
como algunos hombres, dentro de los que reconocieron a los que el día anterior asistieran
a la casa de Arkilo, levantaban al malherido Pentilo. Increíblemente este parecía
ajeno a todo aquello. Como si no fuera él quien acababa de perder un brazo y la
contienda. Los que le asistían titubearon al momento de tener que tomar el
brazo colgante. En su socorro, Brig se acercó al herido y con un cuchillo cortó
la poca carne que mantenía unido el brazo al antebrazo. Pentilo emitió un
alarido y cayó inconsciente. Estaba perdiendo mucha sangre y muy rápido. Enseguida
se lo llevaron de allí y ya no volvieron a verlo.
—Los dioses han hablado.
—Le gritó desde su sitial Godrick a Aldair. Su rostro estaba transformado por
el odio y la ira—. Tu amigo puede marcharse con ustedes. Es libre.
Luego giró y desapareció
también de la vista del druida y su amigo.
—OOOOO—
De regreso a la aldea
Alain fue recibido por muchas personas que se alegraron de su suerte, entre
ellos una angustiada aunque físicamente mejorada Arica. El joven descendió de
su caballo. Estaba herido en varios lugares pero podía mantenerse en pié. La
herida del costado no había resultado muy profunda y el vendaje que Aldair le
había confeccionado le permitía moverse con cierta facilidad. Luego de los
golpes y heridas que había recibido muchos hombres no podrían mantenerse de pié
pero Alain se veía extremadamente fuerte. Una idea se fue gestando en la mente
de Aldair. Idea que no tardaría en consultar con su Padre Espiritual en busca
de apoyo y consejo.
—Respecto a nuestra
partida…
—Ya está todo arreglado
hijo mío. Arkilo nos ha facilitado a uno de sus mejores guerreros para que nos
escolte hasta nuestro destino.
—De eso quería
hablarte.
—Pues dime.
—Quiero que sea Alain
quien nos acompañe.
El anciano miró a su
discípulo intentando entender lo que el descubriera para hacerle tomar una
decisión semejante.
—Supongo que alguna
buena razón tendrás para semejante pedido. Tú mejor que nadie sabe el estado en
que está ese muchacho.
—Pues por eso mismo.
Pese a los avatares que ha sufrido, él se encuentra muy entero tanto física
como anímicamente. Si he de confiar mi seguridad a alguien creo que él es la
persona indicada. Además, tengo algún presentimiento sobre él.
—Pero no podemos
llevarlo en este estado de salud por más bien que tú lo encuentres. Sus heridas
tardarán algún tiempo en sanar.
—Pues esperaremos si tú
estás de acuerdo. No creo que tarde más de una semana en poder andar con
normalidad. Además… —Aldair titubeó—. Si
se queda, su vida puede estar aun en riesgo.
—Explícame eso.
—Pues que cuando alguien te quita lo que Alain
le quitó a Godrick y a su hijo, si no eres gente tranquila vas a dar por tierra
con todas las tradiciones mandatorias y tarde o temprano vas a clamar por
venganza e intentar tomar lo que por derecho, consideras tuyo. Te aseguro que
ellos no son gente muy tranquila que digamos, padre.
—En eso tienes razón.
Son tiempos duros los que se avecinan para Arkilo y su pueblo. Está bien. Voy a
conversarlo con Arkilo. Le explicaré la situación y seguramente no tenga
problemas al respecto. Además, ahora que lo mencionas, el viaje le sentará
bien. Si va a asumir responsabilidades sobre Arica, como calculo que hará, debería
conocer antes un poco de mundo y convertirse en un hombre hecho y derecho.
»No se hable más del
asunto.
Cuando por fin quedó solo, Aldair se recostó
sobre el camastro que ocupara su otrora Maestro, ahora compañero. Estaba
realmente cansado, la jornada había sido en verdad muy dura y llena de
sobresaltos. Sus ojos comenzaron a cerrarse como tironeados por fuerzas
provenientes de la misma tierra. Fuerzas a las que no pudo ni quiso oponer
ningún tipo de resistencia. Así, mientras perdía el conocimiento y se hundía
más y más en las dulces aguas del sueño, vislumbró aquella luz que no le
resultaba del todo desconocida aunque ignorara su procedencia y significado.
Luego la sombría figura le susurró en el preciso momento en que el joven se
perdía definitivamente en la inconsciencia.
—Es hora Aldair.
FIN (del Capítulo)
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